viernes

Soneto XIII


¡Si fueras tú tu yo! Pero, ay amor,
tú sólo serás tuyo mientras vivas;
disponte a abandonar esta ilusión
y lega en otro tus facciones finas.
Así conseguirás que no termine
esta belleza que detentas, puesto
que cuando el dulce vástago te imite
serás de nuevo tú, aunque hayas muerto.
Tan digna residencia no merece
que un mal tutor la deje abandonada
a expensas del invierno y sus corrientes
y el frío eterno de la muerte vacua.
No despilfarres, pues, amor, y dale
a tu hijo lo que tú tuviste: un padre.


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