miércoles

Soneto XC


Soneto LXXXIX


Soneto LXXXVIII


Soneto LXXXVII


Soneto LXXXVI


Soneto LXXXV


Soneto LXXXIV


Soneto LXXXIII



Soneto LXXXII



Soneto LXXXI

O vivo para hacerme el epitafio
o vives tú y se pudrirá mi carne.
Si mueres, tu recuerdo estará a salvo;
de mí habrán olvidado cada parte.
Tendrá tu nombre vida para siempre
y a mí no habrá en el mundo quien me llore;
la tierra me reserva un hoyo inerte:
tú yaces en los ojos de los hombres.
Mi verso fiel será tu monumento,
lectura de los ojos que aún no existen;
y cuando estén, los que hoy suspiran, muertos
no faltarán las lenguas que te imiten.
Tú vivirás -mi pluma es garantía-
en tanto haya una boca que respira.


viernes

Soneto LXXX



Soneto LXXIX

Cuando era sólo yo quien te invocaba,
tu gracia era exclusiva de mi verso;
ahora que mis líneas pierden gracia,
mi musa ha dado paso a otro más diestro.
No dudo, amor, que tu argumento vale
que una pluma mejor haga el trabajo;
mas toda la invención con que tu vate
te retribuye ya te la ha robado,
así como robó de tu conducta
la idea de virtud con que te colma
o de tu dulce rostro, la hermosura:
ya estaba en ti todo lo que él te otorga.
Así, pues, no agradezcas sus lindezas
ya que has de pagar tú lo que él te adeuda.


Soneto LXXVIII

Yo tanto te invoqué como mi Musa
y fuiste en mis poemas tan benigno
que al fin cogió mi juego cualquier pluma
y se valió de ti para esparcirlo.
Con tus ojos el mudo se hizo vate
y la ignorancia plúmbea cobró vuelo,
en las alas del sabio hay más plumaje
y la gracia redobla su abolengo;
mas no hay mayor orgullo que haber sido
padre y señor de la obra que yo acopio.
A otros mejorarás en el estilo
y harás que su arte sea digno de encomio:
tú en cambio representas todo mi arte;
ilustra con tu encanto a este ignorante.


Soneto LXXVII

Tu espejo te hará ver cómo te eclipsas
y tu reloj, que los minutos vuelan;
pon tu impresión en páginas vacías
y aprenderás del libro esas certezas.
Al ver en el espejo tus arrugas
recordarás las tumbas desdentadas
y en tu reloj, la sombra que lo surca,
te hará saber que el Tiempo siempre avanza.
Lo que desborde tu memoria, ponlo
en estas hojas hueras y tu mente
verá volver un día a los retoños,
ya grandes, que salieron de sus vientre.
Aplícate y verás que el ejercicio
te hará mejor a ti y, contigo, al libro.


soneto LXXVI

¿Por qué carecerá mi verso tanto
de cambios, variaciones, novedades?
¿Cómo es que, con el tiempo, no me lanzo
a practicar con métodos flamantes?
¿Por qué son ropa vieja mis creaciones
y es tan común mi estilo que parece
que todas las palabras dan mi nombre
y enseñan el lugar de donde vienen?
Oh, dulce amor, te escribo siempre a ti
u tú mi amor sois mi único argumento,
y gasto lo gastado, así, sin fin,
para vestir lo viejo con lo nuevo:
Si el sol es nuevo y viejo cada día,
también mi amor. Da igual cómo lo diga.

Soneto LXXV

De ti mi pensamiento se alimenta
igual que la llovizna nutre el suelo;
sentir tu paz me turba y me deleita
así como el dinero al usurero.
Ni bien se enorgullece de su gozo
ya teme que le roben la fortuna,
y duda entre tenerte para él solo
o proclamar al mundo su ventura;
a veces está ahíto de extasiarse
o siente hambre voraz de una mirada,
sin otra posesión más que esa parte
que tú le das o que él a ti te saca.
Y así, hambriento y harto cada día,
o me lo como todo o no hay comida.


Soneto LXXIV

Mas no te abatas cuando al fin el cruel
arresto inapelable me reclame,
pues si algo hubo en mi vida de interés
te ayudará esta línea a recordarme.
Y cuando la repases, busca en ella
la parte que te haya sido consagrada:
la tierra que se quede con la tierra
y tú, con lo mejor de mí, con mi alma.
Tú sólo habrás perido mi cadáver,
el poso, lo que apuran los gusanos,
la vil conquista de un cuchillo infame,
indigno de que debas recordarlo.
Lo bueno de eso es que contiene,
que es esto, y que contigo permanece.

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soneto LXXIII

En mí tú ves esa época del año
en que las ramas trémulas, desnudas,
no albergan coros de aves con sus cantos
sino tres hojas secas, dos, ninguna.
En mí ves el crepúsculo del día
que, cuando el sol se apaga en el poniente,
se suma en el descanso a que lo invita
la negra noche, hermana de la muerte.
Y ves que aún arde un poco de ese fuego
en las cenizas del pasado, lumbre
que acabará espirando en ese lecho
pues lo que la avivaba la consume.
Que entiendas esto es lo qque te dará
la fuerza para amar lo que se va.

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Soneto LXXII


Soneto LXXI

No quiero que, si muero, te conduelas
después de que el tañido destemplado
anuncie al mundo que cambié la brega
del mundo vil por la de los gusanos.
No, ni recuerdes, si oyes este verso,
qué mano lo forjó: mi amor es tal
que pido que me olvides en tus sueños
si, por pensar en mí, te haré penar.
Y si, hay de mí, lo lees cuando forme
un todo con el barro, te suplico
que evites pronunciar mi pobre nombre
y dejes que tu amor muera conmigo:
No vaya a ser que el mundo, si me lloras,
te hiera por mi culpa con su sorna.

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