sábado

Soneto LXX



Que se hable mal de ti no es tu defecto.
Lo bello siempre es blanco de la insidia
que, como un cuervo en el azul del cielo,
recela del ornato y lo mancilla.
Así, que te difamen es indicio
de tu virtud, que incluso el tiempo anhela:
el chancro adora el brote más tiernito
y tú fuiste una intacta primavera.
Salvaste las primeras emboscadas
incólume o acaso victorioso,
mas no te amparará de la amenaza
creciente de la envidia tanto encomio.
Si mal no suscitase resquemores
caerían a tus pies mil corazones.
.

Soneto LXIX

Soneto LXVIII

Soneto LXVII

Soneto LXVI

Soneto LXV

Soneto LXIII

Soneto LXIV

Soneto LXII

viernes

Soneto LXI

lunes

Soneto LX




Se afanan por llegar, nuestros minutos,
como olas a la orilla, a su final,
y cada cual reemplaza al que, a su turno,
luchaba para no quedarse atrás.
Primera luz, el nacimiento avanza
hacia la madurez, donde se enciende;
eclipses zafios lidian con su estampa
y el tiempo le reclama su presente.
El tiempo, que sustrae la lozanía,
socava la belleza con arrugas,
se nutre de lo extraño de la vida
y si algo se resiste, su hoz lo trunca.
No obstante espero que su mano cruel
deje a mi verso en pie, y a ti con él.



SonetoLIX



Si nada es nuevo y todo cuanto hay
ya había sido antes, nos preñamos
de engaño por parir una vez más
a un niño ya nacido en el pasado.
Habría que buscar en los registros
de cinco veces cien años solares
hasta encontrar tu imagen en un libro,
pues todo se apuntaba en los anales,
y así saber qué piensan los remotos
del marco portentoso de tu cuerpo:
si son mejores ellos o nosotros
o todo ha regresado con el tiempo.
Seguro que el ingenio del ayer
untó modelos peores con su miel.


Soneto LVIII

Soneto LVI

Soneto LVII

Soneto LV

Ni el mármol ni los regios monumentos
son más indestructibles que estas rimas;
tú brillarás en ellas cuando el tiempo
desgaste, vil, las piedras que ahora brillan.
Y si la guerra tumba las estatuas
y las murallas ceden a la horda,
ni el fuego atroz ni Marte con su espada
impedirán que viva tu memoria.
Harás frente a la muerte y al olvido
ay aumentarás tu crédito a los ojos
de la posteridad, que sin respiro
hace rodar al mundo ante su trono.
Pues hasta que en juicio no levantes,
tú vivirás aquí y en los que se amen.


Soneto LIV

¡Oh, cuánto más reluce la beldad
si la verdad con su dulzor la adorna!
La rosa es grata pero lo es aún más
por el aroma dulce que la colma.
El tinte intenso del escaramujo
es como el de la rosa perfumada,
presenta espinas y se mece al bufo
más tórrido, que lo desenmascara;
y ya, sin más virtud que su envoltura,
no es festejado, languidece y muere
a solas. Mas las dulces rosas, nunca;
se hacen aromas de su dulce muerte.
Así, cuando tu plenitud decrezca,
vendrá mi verso a destilar tu esencia.


Soneto LIII

¿De qué estás hecho tú, de qué sustancia,
que puedes conformar mil y una sombras?
Cada uno es de una forma que no cambia;
en cambio tú eres de una y de mil formas.
Al describir a Adonis, su retrato
será una pobre copia de tu imagen;
si a Helena y sus mejillas esbozamos,
a ti de joven griego hay que pintarte.
Hablemos de cosecha y primavera:
la una recompensa tu derroche,
la otra plasma el don de tu belleza
y en toda forma se te reconoce.
Si en toda gracia externa tienes parte,
no hay una con tu corazón constante.

Soneto LII

Yo vengo a ser el rico cuya llave
bendita abre el cerrojo del tesoro,
mas no entra a revisarlo a cada instante
pues el placer casual no es menos corto.
Por eso los festejos se reparten
en lo que va de un año, como piedras
preciosas cuanto más ocasionales
igual que en un collar cuentan las gemas.
Así, también, el tiempo que te guarda
como en un guadarropas y te esconde,
desplegará su joya encadenada
apenas en benditas ocasiones.
Bendito tú, que trinfa quien te tuvo
y espera su ocasión el que no pudo.


Soneto LI

Así, el amor excusa el poco brío
que puso mi montura al alejarnos,
pues hasta que volvamos no hay motivo
para corres y repostar caballos.
Oh, ¿cómo excusará mi bestia entonces
que toda su premura no me valga?
Ya puedo fustigarla que, aunque monte
a lomos de la brisa, no hay yeguada
capaz de ir a la par de mi deseo.
Querrá el dese (que no es carne lerda
sino amor puro) relinchar sin freno;
mas el amor excusará a mi bestia:
Si cuando te dejé no tuvo prisa,
yo la tendré al volver y ella, que elija.


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