sábado

Soneto L

Con cuánta pesadumbre emprendo el viaje
sabiendo que el descanso del camino
traerá consigo el eco de esta frase:
"¡Estás a tantas millas de tu amigo!".
Lastrada bajo el peso de mi pena,
mi bestia se desplaza a paso lento;
parece que su instinto le dijera
que nos aleja más si va ligero.
La espuela sanguinaria no la azuza
y, cuando siente el filo del puyazo,
su queja pesarosa me es más dura
que el hierro que se clava en su costado.
pues hace que mi mente me repita:
delante esta el pesar, detrás, la dicha.


Sonet XLIX


A cuenta de este tiempo, si llegara,
en que te desazonen mis defectos,
y en que tu amor decida cuadrar caja
siguiendo la opinión de los expertos;
a cuenta de ese tiempo en que, al cruzarnos,
apenas me salude el sol de tu ojo,
y en que el amor, ahora tan cambiado,
encuentre razonable ser juicioso;
a cuenta de ese tiempo me atrinchero
en la certeza de mi parvedad
y empuño ya mi mano en mi desmedro
por no oponerme ti en el tribunal.
Por ley, pobre de mí, puedes dejarme
pues no tengo coartada para amarte.


Soneto XLVIII

Con cuánto esmero puse a buen recaudo
las cosas más triviales al marcharme,
dejándolas a salvo de falsarios,
intactas para cuando regresase.
Mas tú, que vuelves nimias mis alhajas,
que fuiste paz y hoy eres mi zozobra,
al irme, serás presa codiciada
de todo malhechor de baja estofa.
A ti no te he encerrado en otro arcón
que aquel donde no estás, aunque tu sitio
esté muy dentro de mi corazón,
del cual vienes y vas a tu capricho.
Me temo que de allí también te roben:
contigo hasta los justos son ladrones.

Soneto XLVII



Mi corazón y mi ojo están en paz
y ambos a dos se cubren de favores:
si el ojo tiene antojo de mirar
o el corazón suspira por tus dones,
con tu retrato mi ojo se regala
e invita al corazón a ese banquete;
o bien el invitado es mi ojo y cata
las ansias que mi corazón le ofrece.
Y así, ya por tu estampa o por mi afecto,
aun cuando estás ausente estás conmigo,
pues vas adonde van mis pensamientos
y ellos y yo seguimos tu camino.
Luego, al dormir, tu huella en mi mirada
despierta al corazón, y al ojo agrada.

Soneto XLVI


Mi corazón y mi ojo están en guerra
por ver cómo reparten tu apariencia;
mi ojo a mi corazón lo le tolera
que vea lo que éste a aquél le niega.
Mi corazón alega que en él vives
(una vitrina a prueba de miradas),
pero su litigante no lo admite
y afirma ser el dueño de tu estampa.
Para dilucidarlo se ha reunido
un tribunal de nobles pensamientos
que determinan con su veredicto
la parte de uno y otro por consenso:
Y si compete a mi ojo tu exterior,
tu amor es fuero de mi corazón.

Soneto XLV



Los otros dos están -aire ligero
y fuego purgador- siempre contigo,
pues son mi pensamiento y mi deseo,
que vienen y se van como han venido.
Cuando estos dos, más ágiles, se van,
en cálida embajada, tras de ti,
mi vida, reducida a un solo par,
se hunde, desolada, en el nadir;
mas vuelve a componerse y sumar cuatro
ni bien los dos intrépidos regresan,
con óptimas noticias, de tu lado:
rebosas de salud, según me cuentan;
lo cual me alegra un rato pero luego
vuelvo a mandártelos y me entristezco.

Soneto XLIV




Si en vez de carne yo estuviera hecho
de grácil pensamiento, volaría
allí donde estuvieras al momento
sin que la lejanía me lo impida.
No importaría nada que plantara
mi pie en lo más remoto de la Tierra
pues salta el pensamiento tierra y agua
con sólo imaginar cuál es su meta.
Es cruel no ser, ay, sólo pensamiento
y devorar las leguas hasta hallarte,
mas de agua y tierra soy también, y debo
ir con mi ruego al tiempo y resignarme.
Tan lentos elementos sólo ofrendan
las lágrimas que sellan nuestra infancia.

Soneto XLIII




Mis ojos ven mejor si están cerrados,
así no se distraen con simplezas;
mas al dormir, te ven en sueños claros
y brillan en lo oscuro como estelas-
Y tú, sombra que alumbras a otras sombras,
si a ojos que no ven reluces tanto,
¿podrá lucir aún más tu dulce forma
en plena claridad y a pleno campo?
Pues si en la noche inerte tus borrosos
contornos engalanan mi pupila,
¿podrán embelesarse más mis ojos
al verte a la luz viva de los días?
El día es noche cuando no te veo
y días son las noches que te sueño.

Soneto XLII




No duele tanto que la hicieras tuya,
si bien es cierto que la quise mucho;
la pérdida es más íntima y aguda
sabiendo que además tú fuiste suyo.
Así os excusaré, falsos amantes:
la amaste sólo porque yo la amaba
y ella porque me amaba dio su parte,
buscando que, al tenerte, la aprobara.
Si yo te pierdo a ti, te gana ella,
y si la pierdo a ella, ganas tú;
y cuando os encontréis, seré el que pierda
y cargue, por mi bien, con vuestra cruz.
Mas yo y mi amigo somos uno; así
aunque ella lo ame, me está amando a mí.



Soneto XLI



Tu juventud y tu belleza explican
que al ausentarme de tu corazón
la libertad te induzca a la malicia
pues donde vayas, va la tentación.
Y es que tu gracia te hace apetecible
y tu apostura invita a conquistarte;
¿y qué hijo de mujer se le resiste
a un guiño de mujer sin dar combate?
No vuelvas, ay de mí, a usar mi asiento
a aplaca esa belleza descarriada
que te hunde en el escándalo, sabiendo
que acabarás rompiendo dos palabras:
la de ella, que sucumbe a tu belleza;
y la de tu belleza traicionera.


Soneto XL




¿Me quitas mis amores? ¡Todos tuyos!
¿Qué te han de dar, amor, que ya no tengas?
No te darán amor sincero y puro;
en cambio yo te di cuanto quisieras.
Si por mi amor recibes a quien me ama,
el uso que le des no es reprochable;
mas he de reprocharte si te engañas
buscando el gozo en lo que rechazaste.
Robar lo suyo a un pobre es felonía
y aun así, bandido, te perdono,
sin olvidar que es más letal la herida
de amor que la lesión frontal del odio.
Lasciva gracia, muestra bien tu mal
y aunque me mates salva la amistad.


Soneto XXXIX


¿Qué modo es el mor para cantarte
si tú eres, de mis partes, la mejor?
¿De qué puede servir que yo me alabe,
ya que al cantarte a ti me alabo yo?
Por eso, amor, vivamos divididos,
sin dar a nuestro amor el mismo nombre;
pues sólo al separte de lo mío
podré alabarte como corresponde.
¡Ausencia! Qué tormento tan amargoo
serías sin el dulce pasatiempo
de amar pensando pues amando es cuando
se encantan juntos tiempo y pensamiento.
De ti aprendí a alabar al que no está;
así de donde hay uno, sale un par.


Soneto XXXVIII

¿Cómo iba a hacerle falta, mientras vivas,
buscar motivos nuevos a mi musa,
cuando es tan dulce el arte que tú inspiras
que no hay papel vulgar que lo traduzca?
Si hay algo de lo que hago que, a tus ojos,
sea digno de valor, date las gracias;
pues sólo un necio no hallaría el modo
de darle forma al resplandor que irradias.
Si en nueve musas creen los rimadores,
sé tú la que hace diez; y sé diez veces
más eficaz: que todo el que te invoque
pueda alumbrar estrofas indelebres.
Y si mi musa agrada en estos tiempos,
el parto es mío pero tuyo el premio.


Soneto XXXVII





Igual que la vital desenvoltura
del hijo es el placer del padre anciano,
a mí, que me ha lisiado la fortuna,
me bastan tu verdad y tus encantos.
Pues tanto si son cuna, genio, hacienda,
bellezo o todas juntas u otras varias
las armas que blasonan tu nobleza,
yo engarzaré mi amor a tu abundancia.
En tanto la sustancia de tu sombra
me nutra, no soy pobre ni tullido
ni digno de desprecio, pues me colma
lo poco de tu gloria que hago mío.
Que tomes lo mejor yo te deseo
y me tendrás diez veces más contento.

Soneto XXXVI





Por más que nuestros dos amores se unan,
nosotros somos dos, he aceptarlo,
y es justo que las manchas que perduran
recaigan sólo en mí, sin ti a mi lado.
Tenemos dos amores y un respeto,
y aunque la hoja afilada de la insidia
no logre que ese amor pierda su afecto,
le roba dulces horas de delicia.
No temas, ya no te saludarè
si mi llorada culpa te abochorna,
ni tú podrás honrarme y ser cortés
sin exponer tu nombre a la deshonra.
No lo hagas, pues mi amor es tan enorme
que, si eres mío, mío es tu renombre.


Soneto XXXV



No te lamentes más por tus acciones:
la rosa tiene espinas; lodo el lago;
eclipses, las estrella sy los soles;
y el brote más meloso tiene un chancro.
Los hombres tienen faltas y yo mismo,
al comparar la tuya, la consiento,
y hacerlo me corrompe pues estimo
más leve tu pecado que el ajeno.
A un tiempo tu abogado y contrincante,
intento razonar tu dulce falta
e inicio una demanda de tu parte:
la lucha entre mi amor y mi odio es tanta
que tengo que erigirme en auxiliar
del reo que ma rroba sin piedad.


Soneto XXXIV


¿Por qué me prometiste un bello dia,
haciendo que avanzara sin capote,
si luego torvas nubes se avecinan
y envuelven tu bravura en sus vapores?
No basta con que irrumpas entre nubes
para enjugar la lluvia de mi cara,
pues nadie quiere un bálsamo que cure
la herida y no repare la desgracia;
ni es buene medicina tu vergüenza
ni dejo de perder si te arrepientes,
pues el pesar de quien causó la ofensa
no carga con la cruz del que se ofende.
Mas, ay, amor, las perlas de tu llanto
sí pueden subsanar tus malos actos.

Soneto XXXIII



He visto más de un alba majestuosa
engalanar con su fulgor las cimas,
besar con área faz prados y copas,
dorar arroyos con su etérea alquimia
y al cabo permitir que los más torvos
y oscuros nubarrones la atormenten,
privando al triste mundo de su rostro,
que marcha, desterrado, hacia el oeste.
Así brilló mi sol una mañana
e iluminó mi frente su esplendor,
mas no fue mío más que una hora magra
y desde entonces todo se nubló.
No obstante, no por eso lo desdeño:
no hay sol que no mancille; ni el del cielo.

Soneto XXXII


Si tras ese buen día en que la muerte
cerril me torne en polvo, releyeras
los pobres versos torpes, casualmente,
de quien te amó y descansa bajo tierra,
compáralos con lo que ahora se estila
y, aunque todas las plumas sean mejores,
retenlos por mi amor, no por su rima,
menguada ante la talla de otros hombres.
Me basta con que pienses con cariño:
"Con una musa propia de este tiempo,
su amor, seguramente, habría parido,
por no quedar atrás, mejores versos;
mas como ha muerto, ¿qué valoro yo?
En otros, el estilo, en él su amor".


Soneto XXXI


Tu pecho acoge aquellos corazones
que, al darlos por perdidos, di por muertos,
y en él reina el amor, sus partes nobles,
y todo amigo que enterré en el tiempo.
Más de una lágrima gentil y casta
robó a mis ojos el amor sincero
a cuenta de interés por los que faltan,
¡que están, pero escondidos en tu pecho!
En ti vive el amor sepulto, junto
a antiguos galardones de mis lances,
y lo que fue de muchos ahora es tuyo
pues te han hecho legado de sus partes.
Hoy veo en ti sus adorados rostros:
todos son tú y de mi lo tienes todo.



Soneto XXX




Si a la sesión de dulces pensamientos
acuden remembranzas del pasado,
suspiro por los sueños que se fueron
e insisto en presentar viejos agravios.
Mis ojos secos lloran, afligidos
por los amigos que me hurtó la parca
y peno por amores que han prescrito
y por lo que gasté en quimeras vanas.
Y puedo lamentar mis aflicciones
zanjadas, y sumar cada congoja
al triste saldo de los sinsabores
que, aunque pagué, vuelvo a pagar ahora.
Mas si entre tanto pienso en ti, mi amigo,
recobro mi entereza y lo perdido.


Soneto XXIX

Soneto XXVIII


¿Por qué igualarte a un día de verano
si tú eres más hermoso y apacible?
El viento azota los capullos mayos
y el término estival no tarda en irse;
si a veces arde el óculo solar,
más veces su dorada faz se nubla
y es norma que, por obra natural
o del azar, lo bello al fin sucumba.
Mas no se nublará tu estío eterno
ni perderá la gracia que posee,
ni te tendrá la muerte por trofeo
si eternas son las líneas donde creces:
Habiendo quien respire y pueda ver,
todo esto sigue vivo y tú también.


Soneto XXVII




Cansado del trajín del viaje, busco
alivio de mis huesos en la cama;
mas cuando el cuerpo ha dado ya lo suyo,
se inicia en mi cabeza otra jornada.
Vagando en pos de ti, cual peregrinos
celosos de su andar, mis pensamientos
obligan a mis párpados caídos
a hurgar la oscuridad, como los ciegos.
Mas mi alma, cuya vista conjetura
tu sombra, se la muestra a mi ceguera:
es una alhaja que a la noche espuria
y vieja la convierte en bella y nueva.
Asi, por ti, mi cuerpo por el día,
mi mente por las noches, no se alivian.


Soneto XXVI




Señor de mi pasión, a cuyo encanto
se debe que te deba vasallaje,
recibe este recado que te mando
en muestra del deber, no por jactarme;
deber tan grande que mi pobre ingenio,
queriendo engalanarlo, lo desviste,
si bien confío en que podrás, con tiento,
cubrir sus desnudeces con tu psique.
Pues hasta que la estrella que me guía
señale que mi aspecto es favorable
y arrope mi pasión desguarecida,
no lograré que quieras respetarme.
Entonces vocearé cuánto te quiero;
en tanto, agacho el lomo y me reservo.


Soneto XXV





Que los favorecidos por los astros
se jacten de sus títulos y honores,
en tanto yo, privado de esos fastos,
disfruto por ventura de otros dones.
Caléndulas que al ojo del sol se abren,
los favoritos de los poderosos
se tragan el orgullo cuando caen
pues su favor depende de un antojo.
Si el célebre campeón de mil batallas
sufriera una vez sola una derrota,
lo haría borrar del libro de la fama
y olvidarían su gesta sin demora.
Me alegro, pues, de amar y ser amado
sin miedo de ser víctima o tirano.


Soneto XXIV


Jugando mi ojo, a ser pintor, pintó
sobre mi corazón tu hermosa imagen;
mi cuerpo puso marco y el pintor,
al darle perspectiva, puso arte.
Si miras a través de su talento,
verás tu copia fiel representada
por siempre en el altillo de mi pecho,
que ha hecho de tus ojos sus ventanas.
Los ojos se regalan mutuamente:
los míos te esbozaron y los tuyos,
ventanas de mi pecho, dejan que entre
el sol a deleitarse en tu dibujo.
Mas a pesar de su arte, mi ojo es torpe:
dibuja lo que ve, no lo que escondes.


Soneto XXIII

Así como el actor con pocas tablas
el miedo le confunde los papeles,
o al ser feroz el cúmulo de rabia
le mina el corazón aun siendo fuerte,
por miedo de confiarme se me olvidan
los ritos amorosos del cortejo
y el peso de mi amor es tal que mina
la fuerza que mi amor retiene dentro.
Prefiero la elocuencia de mis ojos,
voceros mudos de mi pecho hablante,
que piden por amor y exigen poco,
que la de aquella lengua que habla en balde.
Lee bien lo que el amor silente escribe,
pues la mirada que oye, de amor vive.


Soneto XXII




No logrará mi espejo avejentarme
si tú y la juventud vais de la mano;
mas cuando el tiempo a ti también te marque
sabré que el tiempo a mí ya me ha alcanzado.
Pues toda esa belleza que te viste
es el ropaje de mi corazön:
si él vive en ti como en mi pecho vives,
¿por qué iba a ser más viejo yo que vos?
Es ésta la razón por la que ruego
que cuides de ti, amor, como yo cuido
tu dulce corazón que yo, en mi pecho,
atiendo de los males como a un niño.
Me diste el corazón: si lo reclamas
acabas con el mío y aún te ufanas.


Soneto XXI



No haré como esa musa que, en sus versos,
le canta a una belleza aderezada,
se atreve a usar el cielo de ornamento
y, a fuerza de encontrar en cada gracia
un símil de lo bello, lo empareja
al sol, la luna, a gemas de los mares,
a toda flor de abril y a mil rarezas
que habitan las esferas celestiales.
Dejadme ser veraz, ame o escriba,
y creedme que mi amor no es más hermoso
que el hijo de cualquier mujer ni brilla
cual en el éter los candiles de oro.
Si han de hacer alharaca, por mí bien;
yo no lo haré, pues nada he de vender.


Soneto XX







Un rostro de mujer, pintado a mano,
te dio Natura, mi señor, mi dueña;
y es de mujer tu corazón tan manso,
sin falsas veleidades mujeriegas:
tus ojos brilla más y son más fieles,
y tiñen de dorado lo que miran;
hombre afinado, a ti te admiran huestes
de ojos viriles y almas femeninas.
Natura, que te había concebido
mujer, quedó prendada de tal forma
que me dejó, en la suma, sustraído
al aumentar tu nada en una cosa.
Pues bien, si te dotó para su goce,
tu amor es mío y de ellas, tu derroche.


Soneto XIX



Oh Tiempo, róele al león las zarpas
y hazle a la tierra devorar su prole,
que al tigre se le pudra la quijada
y el fénix arda envuelto en sus humores.
Altera las cosechas a tu antojo
y apura, Tiempo raudo, como ansíes
la miel del ancho mundo y sus despojos,
mas no cometas el infame crimen
de hollar la frente que amo con tus horas
o rubricarla con tu antigua pluma.
Libera de tu estigma a su persona,
pues ha de ser dechado de hermosura.
Aunque hagas lo que quieras, viejo Tiempo,
mi amor vivirá joven en mis versos.


Soneto XVIII


¿Por qué igualarte a un día de verano
si tú eres más hermoso y apacible?
El viento azota los capullos mayos
y el término estival no tarda en irse;
si a veces arde el óculo solar,
más veces su dorada faz se nubla
y es norma que, por obra natural
o del azar, lo bello al fin sucumba.
Mas no se nublará tu estío eterno
ni perderá la gracia que posee,
ni te tendrá la muerte por trofeo
si eternas son las líneas donde creces:
Habiendo quien respire y pueda ver,
todo esto sigue vivo y tú también.

Soneto XVII


¿Quién va a creer mañana en mis poemas
si sólo están colmados de tus gracias?
Y aun así, como una tumba, enseñan
apenas la mitad y el resto callan.
Si yo pudiera describir tus ojos
y enumerar de a una tus beldades
dirían: "Miente el poeta; ningún rostro
reúne tales dotes celestiales".
Reirían del papel amarillento
en el que hay más embustes que palabras
producto del fervor de un poeta viejo
que atesta sus estrofas desusadas.
Teniendo un hijo vivo, vivirías
dos veces: una en él y otra en mis rimas.



Soneto XVI




¿Por qué no te rebelas contra el paso
fatídico y tirano del Tiempo
y afrontas el futuro reforzado
con algo menos yermo que mis versos?
Ahora que tus horas son de dicha
habrá más de una huerta virginal
deseosa de albergar tus flores vivas,
más fieles que el retrato más veraz.
Así, con su labor, la vida rehace
lo que ni el Tiempo y su pincel ni el mío
sabrán sacar de ti ni procurarte:
que a los ojos de los hombres sigas vivo.
Entrégate y dibuja con tus dotes
el modo en que tu vida se prolongue.


viernes

Soneto XV



Si pienso que la perfección le dura
apenas un instante a lo que crece;
que en este inmenso teatro perpetúan
los astros sus arcanos intereses;
si veo que los hombres y las plantas
florecen al albur del mismo cielo,
de jóvenes se jactan de su savia
y menguan al llegar a su apogeo;
entonces, aunque la inconstante vida,
al ver tu juventud, te muestre grande,
me consta que conspiran Tiempo y Ruina
por inclinar tu día hacia la tarde.
En nombre de mi amor, combato el Tiempo:
lo que quita él, yo lo reinjerto.


Soneto XIV



Si bien no soy versado en las estrellas,
presumo de saber de astronomía.
No para dar la suerte, mala o buena,
ni predecir hambrunas o desdichas;
no anuncio la fortuna con detalle,
ni a cada cual, su viento, lluvia, o trueno;
tampoco sé augurar los avatares
de un reino descifrando el firmamento.
Tus ojos dos estrellas pertinaces
que son la mera fuente de mi ciencia,
me dicen que, si siembras tu linaje,
triunfan la verdad y la belleza.
En cambio, si desistes, pronostico
que tu final será tu finiquito.


Soneto XIII


¡Si fueras tú tu yo! Pero, ay amor,
tú sólo serás tuyo mientras vivas;
disponte a abandonar esta ilusión
y lega en otro tus facciones finas.
Así conseguirás que no termine
esta belleza que detentas, puesto
que cuando el dulce vástago te imite
serás de nuevo tú, aunque hayas muerto.
Tan digna residencia no merece
que un mal tutor la deje abandonada
a expensas del invierno y sus corrientes
y el frío eterno de la muerte vacua.
No despilfarres, pues, amor, y dale
a tu hijo lo que tú tuviste: un padre.


Soneto XII



Si veo en el reloj que el tiempo vuela
y que se sume el día en noche turbia;
si veo que se agostan las violetas
y hay canas en guedejas que eran rubias;
si en árboles copudos que ofrecían
su sombra a los rebaños no hay follaje,
y el trigo, en fardos, ya segado, eriza
los carros con sus barbas otoñales;
entonces pongo en duda tu hermosura,
pues tú también serás pasto del tiempo.
Los bellos y los gráciles renuncian
y mueren mientras crecen otros nuevos.
El tiempo siega todo: cuando engendres
le habrás plantado cara aunque te lleve.



Soneto XI




Al tiempo que tú menguas crecerás
en uno de los tuyos, al que dejas;
la savia que, de joven, sepas dar
será tu propiedad cuando envejezcas.
En ello hay sensatez, bellezo, aumento,
sin ello, necedad, vejez, estrago:
pensando como tú, cesará el tiempo
y el mundo durará sesenta años.
Que aquellos que natura desatiende,
los bastos, fieros, zafios, se supriman;
en cambio, el más dotado, más obtiene:
compártelo con creces mientras vivas.
Natura te talló como su emblema;
imprime más, no dejes que se muera.

Soneto X



A nadie quieres: no quieras negarlo,
pues ni siquiera cuidas de ti mismo.
Sin duda te aman muchos, sin embargo,
ninguna hasido ni es correspondido.
El odio criminal que llevas dentro
te incita a conspirar contra tu casa
y a hacerte derribar su noble techo
cuando lo noble es ver que se repara.
Depón tu empeño y yo, mi incertidumbre:
¿prohíjas más al odio que al amor?
Sé, como tu presencia, amable y dulce
o tente, cuando menos, compasión.
Haz, por nosotros, otro igual -es justo
que la belleza viva en ti o lo tuyo.


Soneto IX





¿Acaso el miedo al llanto de una viuda
te hará dilapidar tu vida a solas?
Si mueres sin dejar progenitura
el mundo llorará como una esposa
preñada de viudez y no de vida,
pues tú no dejas huellas al marcharte,
en tanto que otras viudas, cuando miran
los ojos de sus hijos, ven al padre.
Lo que en el mundo gasta un manirroto
va de una mano a otra, no se pierde.
Lo bello, derrochado, dura poco;
no usado, se destruye para siempre.
No late amor al prójimo en el pecho
de quien se impone un crimen tan abyecto.

Soneto VIII





Si tú eres música, ¿te apena oírla?
Si el dulce es dulce y es gozoso el gozo,
¿por qué amas lo que tomas con inquina
y tomas con placer lo ignominioso?
Si no te es grato oír el maridaje
de notas que armonizan y se suman
es porque te regañan con voz suave:
no es sólo para ti esta partitura.
Las cuerdas, como sabes, se disponen
por melodiosos pares y al pulsarlas,
al tiempo que nos cantan un acorde,
parecen padre, hijo y madre amada.
Y su canción, sin letra y con donaire,
te canta: "Tú, solista, no eres nadie"

Soneto VII





¡Lo ves! Cuando la tierna luz renace
y asoma por oriente su penacho,
todos los ojos rinden homenaje
a la sagrada majestad del astro.
Y cuando, ya en su edad mediana, alcanza,
robusto y joven aún, la etérea cima,
no dejan de adorarlo las miradas
que siguen su dorada travesía.
Mas cuando se retira lentamente
en su cansino carro, como un viejo,
los ojos que lo honraban ya se vuelven
y dejan de seguirlo en su trayecto.
Tú que estás en el cenit del camino,
sin hijos morirás inadvertido.


Soneto VI




Las horas obsequiosas que tallaron
el rostro que cautiva las miradas
serán las mismas que, como tiranos,
desgracien lo que ahora irradia gracia.
El tiempo inexorable transfigura
el agraciado estío en fiero invierno:
la savia helada, las ramas desnudas,
lo bello bajo nieve, el campo yermo;
si la esencia estival no permanece
prisionera en su cárcel cristalina,
la belleza y su efecto, ambos dos mueren
a un tiempo, sin dejar memoria viva.
Las flores, aunque hibernen, destiladas
no lucen mas conservan la sustancia.


Soneto V



No dejes, pues, que el tosco invierno borre,
si no te has destilado, tu verano:
endulza una vasija; busca dónde
incrementar tu erario y no enterrarlo.
Ese uso no es usura mal mirada
pues llena de alborozo a quienes paguen
y a ti te beneficia de la crianza
de uno igual a ti, o diez si cabe.
Serás diez veces más feliz que ahora
al verte reflejado en otros diez;
la muerte no podrá con tu persona
pues si ellos viven, vives tú también.
Mas no disfrutes solo tu legado
o herederán tu encanto los gusanos.

Soneto IV





Encanto derrochado, ¿por qué gastas
tu herencia de apostura sólo en ti?
Natura no regala apenas nada:
tan sólo presta a quienes dan sin fin.
¿Por qué, entonces, bello egoísta, abusas
de la largueza con que te han munido?
Efímero usurero, ¿por qué apuras
tamaña suma y no obtienes respiro?
Si tu único cliente es tu persona,
acabarás sisándote tu encanto;
así, cuando por fin llegue tu hora,
¿con qué reserva harás cuadrar tu saldo?
Sin uso, tu belleza es cosa muerta;
usada, se convierte en tu albacea.

Soneto III





Contémplate al espejo y di a tu rostro
que ya se reproduzca sin demoras;
si no renuevas tu frescura en otro
al mundo y a una madre desazonas.
Pues ¿qué doncella habrá tan altanera
para vedar su huerto a tu simiente?
¿Y quién tan vanidoso que prefiera
privarnos de belleza con su muerte?
Tú eres la viva imagen de tu madre
y ella ve en ti el frescor de sus abriles;
también tú en tu vejez podrás mirarte
y ver la edad de oro que ahora vives.
Mas si prefieres que no te recuerden,
no engendres y tu imagen con ti muere.


jueves

Soneto II




Cuando un asedio de cuarenta inviernos
te surque el bello prado de trincheras,
tu atuendo, que ahora es ostentoso y nuevo,
será un guiñapo que ya no interesa.
Y cuando te pregunten dónde yace
el esplendor de tus lozanos años,
no digas que en tus ojos espectrales,
pues sonará a artificio o a descaro.
Darás más digno empleo a tu apostura
si puedes contestar: "Este hijo mío
redime mi vejez, cuadra mi suma;
mi patrimonio está en su parecido".
Llegada la vejez, su joven vida
calentará tu sangre que se enfría.

miércoles

Soneto I



Deseamos ver que lo más bello abunde
para que la belleza en flor no muera,
pues hasta el fruto pródigo sucumbe
y es justo que un retoño lo suceda;
pero en ti mandan tus hermosos ojos
y al ser tú el alimento de tu llama,
siembras el hambre allí, donde hay de todo
y eres tu propia presa maltratada.
Tú que hoy adornas con tu encanto el mundo
y anuncias sin igual la primavera,
mezquinas el vigor de tu capullo
y al no gastar derrochas tus reservas:
Apiádate y no dejes que tu gula
se parta el pan del mundo con la tumba.

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